Buenas noches a todos. La Argentina se encuentra ante un punto de inflexión. Los puntos de quiebre en la historia de una nación no son momentos de paz y tranquilidad, son momentos de dificultad y conflicto donde todo parece cuesta arriba. Son momentos en donde el abismo se hace tan claro que el cambio se convierte en una obligación y en una urgencia, y la conquista de esa dificultad ocurre porque quienes ocupan lugares de liderazgo tienen la valentía de ser más grandes que ellos mismos, hacer a un lado los egoísmos y realizar sacrificios para emprender juntos un rumbo común. Así es como se escribe la historia grande de los países.
No es la primera vez que, después de años de guerra intestinas, representantes de los distintos confines del mapa político se reúnen para deponer las armas y encontrarse en torno a un nuevo orden. Esto ya nos pasó en mayo de 1853, cuando 24 convencionales en representación de las Provincias Unidas se reunieron para sancionar nuestra primera Constitución y darnos así una ley común para todo el territorio nacional. Llevábamos más de 40 años de guerra, primero por la independencia, pero después habíamos caído en tres décadas interminables de guerra civil, donde nos habíamos matado a sablazos unos a otros. Estábamos al borde del abismo, al borde de desaparecer como nación. Pero gracias a la visión y el coraje de aquellos líderes, y la convicción de los miles de hombres libres que los siguieron, logramos adoptar una carta magna común, establecer las bases sobre las que construiríamos el nuevo orden, y constituirnos como nación. Y lo hicimos tomando como faro las ideas liberales de nuestro máximo pensador nacional, Juan Bautista Alberdi, que nació en esta misma ciudad y cuyos restos yacen a pocas cuadras de aquí.
Ese pergamino original de nuestra primera Constitución, con la firma de aquellos 24 convencionales, hoy está dispuesto en el Salón de la Jura velando sobre el acta que firmarán los aquí presentes. Fue ese gesto patriótico de quienes depusieron las armas para convenir un proyecto de nación, el puntapié inicial de un proceso asombroso: la erupción de la Argentina como un volcán, desde las profundidades del abismo hasta la altura de los cielos. Esa Constitución nos dio medio siglo de crecimiento y desarrollo económico, y como consecuencia de ese desarrollo económico, nos trajo avances en todas las esferas de la actividad humana. Fue, sin lugar a dudas, la época dorada de nuestro país, que nos puso en la cima, codo a codo con las grandes naciones del mundo. Y en la base de ese largo proceso, tuvimos siempre, inconmovibles, un conjunto de principios, ideas y objetivos comunes.
Hoy esa Argentina grande, que alguna vez fuimos, parece un sueño lejano después de un siglo de paulatina caída en la miseria nos hemos prácticamente olvidado, como sociedad, de nuestro pasado próspero y de las ideas que lo hicieron posible. Igual de lejano e incluso imposible pareció en los últimos años que dirigentes de distintas fuerzas pudieran reunirse para convenir un rumbo común, tal como lo hicieron nuestros padres fundadores. A pesar de haber sido una demanda histórica de la dirigencia política argentina y, por qué no también de la sociedad, la posibilidad de sentarnos en una mesa y establecer pautas comunes transversales a todas las fuerzas políticas siempre pareció una quimera en las últimas décadas.
Por eso quiero agradecerles a todos los presentes por haberse congregado aquí, en la Casa Histórica de nuestra independencia. Después de décadas de pendular entre proyectos antagónicos que nos han hecho cada vez más pobres, hoy nos reunimos para renovar nuestros votos patrióticos y firmar lo que hemos llamado el Pacto de Mayo. Por eso quiero agradecerle a los integrantes del Gobierno Nacional, a los 18 gobernadores que hoy nos acompañan, a los dirigentes, diputados y senadores de distintos partidos, bloques y distritos, a los expresidentes, a los representantes de los distintos sectores de la economía, a los jefes de las Fuerzas Armadas y a todos los demás que están aquí. A pesar de haber estado enfrentados en el pasado o haber defendido ideas distintas a las que hoy suscribimos en este pacto, tienen la generosidad de acudir a esta convocatoria, lo cual constituye un acto de grandeza y, sin dudas, de amor a la patria.
Porque están acudiendo al llamado que les hace el pueblo argentino, que nos escucha desde su casa y que el año pasado exigió a la dirigencia política un cambio profundo de dirección. Que esto sea posible hoy en Argentina, después de tanta división, es sin duda el símbolo de un cambio de época.
No miramos para atrás, no mantenemos rencores. Creemos que lo único que tiene que hacer la política es discutir ideas y llevar esas ideas a la realidad. No impugnar al adversario por cuestiones personales, perseguirlo por pensar distinto, ni vivir en una Inquisición permanente. Y creemos, sobre todo, que el desafío que enfrenta la Argentina hoy es demasiado grande y la promesa de un futuro mejor demasiado valiosa como para permitir que mezquindades o trifulcas del pasado nublen este camino
No obstante, hay muchos dirigentes políticos sociales y sindicales que no están aquí hoy entre los presentes para este acta fundamental. En algunos casos porque sus anteojeras ideológicas los hacen desconocer la raíz del fracaso argentino, en otros por miedo o vergüenza de haber persistido en el error durante tanto tiempo. Y lamentablemente, en muchos casos, por obstinación en no querer ceder los privilegios que el viejo orden les brindaba. No es casualidad que entre estos últimos se encuentren quienes han intentado e intentan cotidianamente boicotear a este gobierno y conspiran para que fracase. Ellos son adictos al sistema porque sus intereses personales son diametralmente opuestos al del común de la gente y saben, aunque no lo admitan, que ellos progresan a costa de que el conjunto de los argentinos le vaya cada vez peor.
Sin embargo, nosotros estamos convencidos que inclusive aquellos que hoy desoyen el reclamo en la sociedad, sea por la razón que sea, en el futuro pueden volver a la senda argentina y encontrar la redención. Nos encontrarán aquí defendiendo las mismas ideas que ratificamos hoy y les daremos la bienvenida con brazos abiertos. Todo hombre es capaz de redimirse y no rechazaremos a nadie que quiera aportar a la construcción del cambio que el país tan desesperadamente necesita. A nadie, no importa de qué partido provenga, con quién haya estado, donde haya militado, ni qué haya hecho, siempre y cuando haya obrado dentro de la ley. Lo único que importa es que abrace y quiera contribuir, como lo hacemos todos los aquí presentes hoy, a los pilares fundamentales sobre los cuales vamos a erigir la Nueva Argentina.
El 9 de julio de 1816, la firma del acta de la Declaración de la Independencia marcó el fin de la Revolución y el comienzo del nuevo orden, el orden de las Provincias Unidas del Río de la Plata ahora independientes de la metrópoli española y con la vocación de darnos a nosotros mismos un gobierno. El 9 de julio de 2024, con la firma de este Acta de Mayo, con representantes de todos los sectores de la política y la sociedad, anunciamos también el puntapié inicial de un nuevo orden para nuestro país. Construir el país próspero y pujante que queremos llevará tiempo y esfuerzos titánicos de parte de todos los presentes y del común de la sociedad, pero si tenemos una visión clara del rumbo y nos mancomunamos en torno a un conjunto de principios y objetivos no negociables llegaremos a puerto más pronto que tarde.
Para eso estamos aquí hoy, para establecer entre nosotros y junto a la sociedad un pacto de caballeros en torno a estos pilares, y para decir ante todos los argentinos de bien que reclamaron un cambio de rumbo con su voto que una Argentina distinta es imposible haciendo lo mismo de siempre. Es por eso que firmamos este pacto, cuyo primer punto indica la inviolabilidad de la propiedad privada. Por eso firmamos aquí los presentes un acta de 10 conceptos inclaudicables, de los cuales el primero es un compromiso con la inviolabilidad de la propiedad privada. La propiedad privada es la primera y más básica institución de nuestra sociedad. La libertad misma de cada uno depende de la inviolabilidad de la primera propiedad de todas, que es la propiedad que uno tiene sobre su propio cuerpo y voluntad. Cada cual sabe cuánto costó conseguir lo que uno tiene, cuánto esfuerzo, cuánto sudor, cuánto sacrificio y sobre todo cuánta Libertad invirtió para lograrlo. Cada elección que uno toma implica miles de renuncias. Por eso cuando el político confisca a través de impuestos el fruto del trabajo el individuo, está confiscando su tiempo, le está confiscando su sacrificio y le está confiscando su libertad.
Además, la defensa de la propiedad no solo se trata de un Derecho, sino de la fórmula para el crecimiento económico. Julio Argentino Roca dijo alguna vez que el comercio sabe mejor que el gobierno lo que a él le conviene. La verdadera política consiste pues en dejarle la más amplia libertad. Esto es, los argentinos saben mejor qué hacer con lo suyo que el gobierno. No necesitan que un burócrata les diga qué producir, con quién comerciar, cuánto pueden ganar, con quién trabajar o a quién contratar. Y en la libre disposición de esa propiedad de parte de cada uno le termina yendo mejor a todos. Cuanto más libre es un pueblo, más rico se vuelve. Es tan simple como eso. Por eso, en consonancia con este mandato, desde el gobierno perseguiremos una agresiva agenda de desregulación en todos los órdenes de la actividad económica. Respetar la inviolabilidad de la propiedad privada es ratificarle a los argentinos que ellos son los dueños de sus propias vidas y de sus propios destinos. En definitiva, que son adultos y que en el ejercicio de su capacidad pueden y deben elegir por sí mismos y hacerse cargo la responsabilidad que eso conlleva.
Si el Estado decide sobre todos los aspectos de la vida del individuo, y tiene derecho de reclamo sobre la propiedad, el individuo no se reconoce propietario de su propia vida y en consecuencia no se hace responsable de sus propias acciones. Dos: el equilibrio fiscal es innegociable. También firmamos aquí un compromiso innegociable con el compromiso fiscal. Necesitamos estar de acuerdo en que el déficit fiscal crónico es el huevo de la serpiente de la decadencia argentina, porque es el origen último de todos los problemas que ha tenido nuestra economía en los últimos 100 años. La deuda, la presión fiscal asfixiante, la emisión monetaria y la inflación no son otra cosa que síntomas, consecuencia del gasto público compulsivo sin respaldo ni financiamiento.
Con lo cual, lo que estamos asumiendo no es otra cosa que un compromiso innegociable con el sentido común. No se puede gastar más de lo que entra y no se le puede imponer a quienes pagarán impuestos en el futuro solventar el despilfarro del presente. La deuda o la emisión para solventar cuentas públicas deficitarias tarde o temprano se termina pagando con impuesto inflacionario, que es el peor de todos, porque afecta más a los que menos tienen, además de tener para mí una carga moral. Estas son leyes básicas inalterables de la economía, es matemática inobjetable. Cuando obedecimos a estos principios como Nación nos fue tan bien en tan poco tiempo que pronto fuimos la envidia del mundo entero. Pero cuando, en un patrón vicioso de fatal arrogancia, la clase política creyó que podía inventar la rueda y desoír estas leyes básicas de la economía, nos hundió en la miseria por un siglo y terminamos en el abismo profundo en el que estamos hoy.
Bueno, no somos dioses, somos solo hombres. No escribimos las reglas, solo podemos seguirlas. Por eso de acá en adelante se terminó el chamanismo económico. Debemos hacer lo que ha funcionado de forma probada en todo el mundo y abandonar las recetas que fracasaron. Ahora, si cumplimos este compromiso, eso no quiere decir que nunca vamos a tener contratiempos económicos. Eso nadie es capaz de predecirlo ni de prometerlo. Los países que funcionan bien también tienen problemas. Pero lo que sí les prometo es que vamos a vivir en un país sin inflación por el resto de nuestros días. Y quiero detenerme un segundo en hacerles comprender qué significa esto, porque vivimos bajo un régimen inflacionario hace tantos años que nos hemos acostumbrado. Los menores 25 años ni siquiera recuerdan probablemente lo que es vivir sin inflación.
Vivir atosigados por la inflación es vivir en la cárcel del eterno presente, donde se vuelve imposible mirar para adelante, calcular nuestros gastos y planificar nuestro futuro. Anula la posibilidad tanto de un proyecto personal, como de un proyecto de familia o un proyecto económico. Por eso, recuperar el equilibrio fiscal y convertirlo en un mandamiento que sobreviva a este gobierno y perdure por muchos más es para nosotros una cuestión en la que se juega la misma dignidad humana.
Tercero: gasto público en torno a 25 puntos del PBI. También nos comprometemos con esta firma a bajar el gasto público a los niveles históricos en torno al 25% del Producto Bruto Interno. Nuestro país tiene recursos naturales y un capital humano hiper talentoso y trabajador, pero que no prospera porque el sector privado, las empresas, los trabajadores y los emprendedores cargan en sus espaldas con más de 40 puntos del PBI de gasto estatal que, con mucho esfuerzo, estamos reduciendo. Esto es que cada $10 que el argentino genera con el sudor de su frente, más de cuatro son consumidos por los Estados nacionales, provinciales y municipales. Y como la magia no existe, este exagerado gasto solo se puede financiar con impuestos que asfixian a nuestra economía, con inflación que pulveriza salarios e imposibilita el cálculo económico, o con deuda, que son impuestos a las generaciones futuras.
Cada punto adicional del PBI que los políticos le suman al gasto estatal es una carga para el sector privado. Es una extracción directa de riqueza y oportunidades para cada empresa que quiere invertir, progresar y dar trabajo. Es una quita directa a los ingresos de las familias argentinas. Sea en forma de impuesto a los bienes que consumen o con mayor inflación, es asfixiar a nuestro campo con impuestos que no existen en ninguna parte del mundo. Es bloquear el desarrollo pleno de nuestro interior productivo. Es impedir que los emprendedores puedan escalar sus proyectos y convertirse en grandes empresarios. El gasto público desmedido es el centro de todos nuestros males. Como venimos insistiendo hace años, nos enfrentamos a problemas de magnitudes bíblicas. Problemas que requieren del esfuerzo de todos los sectores. Bajar drásticamente el peso del Estado en nuestra economía es nuestra misión más importante y más difícil. Por eso convocamos a este pacto, para que todos los que tenemos responsabilidad sobre esta materia hagamos nuestra parte para asegurar la prosperidad de nuestro país. El 44% del gasto del Estado de nuestro país corresponde a las provincias y los municipios. Por cada empleado del Estado Nacional hay cinco empleados provinciales. Llegar a un peso del Estado razonable de 25 puntos del PBI requiere que todos los niveles del Estado hagan su parte.
Esto redundará en beneficios para todos, porque la bonanza y la prosperidad del país, de cada una de sus provincias y municipios es inversamente proporcional al tamaño del Estado. Desde el Estado Nacional ya hemos demostrado nuestro compromiso, habiendo hecho en tan solo 8 meses la reducción de gasto público más grande de la historia del Estado Nacional. Los aquí firmantes se comprometieron a hacer su parte en sus respectivos distritos.
Un Estado que le sirve a la sociedad y no a los políticos tiene que tener, además de un peso razonable, funciones claras. Insistimos con reducir en 15 puntos el peso del Estado, no solo porque este fue el tamaño que tuvo en nuestra época de mayor prosperidad, sino porque con un gasto consolidado de 25 puntos se pueden cumplir las únicas funciones que tiene que cumplir el Estado: hacer cumplir la ley y el respeto de la propiedad privada; reprimir y castigar el delito en todas sus formas, asegurar la integridad del territorio nacional con Fuerzas Armadas respetadas y equipadas; asegurar el acceso a la educación y a la salud de los argentinos. Un Estado chico pero con funciones limitadas y claras vale más que un Estado gigante que dilapida los recursos de los argentinos en tareas que no le corresponden, beneficia a unos pocos y bloquea la prosperidad de nuestro país.
Cuarto: Educación. Firmamos aquí el compromiso también con una educación inicial primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar, porque comprendemos que la Argentina atraviesa una innegable crisis educativa desde hace mucho tiempo, e identificamos hoy que el corazón de la crisis está en el fracaso que hemos tenido como país en alfabetizar correctamente a nuestros estudiantes. Hoy la mitad de los alumnos del primario no alcanzan el nivel de lecto-comprensión adecuado para su edad. Para los de sexto grado, ese valor llega al 70%, es decir que hoy 7 de cada 10 chicos argentinos no comprenden los textos que leen. Y todo esto ocurrió bajo las narices de la dirigencia política, mientras intendentes y bloques parlamentarios se tironeaban para definir qué municipio se quedaba con los fondos para construir una universidad nueva. Hemos puesto el foco únicamente en la educación superior por décadas y mientras mirábamos para otro lado, el analfabetismo se coló por la grieta de los primeros niveles educativos. Hay que entender que la correcta alfabetización y garantía de competencias básicas del estudiante del primario es la condición necesaria que hace posible cualquier tipo de aprendizaje posterior.
Si no podemos garantizar eso, todos los esfuerzos posteriores en la trayectoria educativa del estudiante están condicionados desde el vamos. No pueden extrañarnos entonces los niveles récord de deserción que tenemos hoy. Por eso este compromiso es sobre todo uno que debemos asumir juntos el Gobierno Nacional y los gobiernos provinciales, para mirar de frente el problema y elevar la vara; y para recuperar el espíritu de exigencia con los docentes, que es tan necesario. Sepan que contarán con el Estado Nacional y los recursos y soporte del plan de alfabetización que presentamos esta semana para perseguir en conjunto este objetivo. Pero el problema en la educación no termina en la alfabetización, en perfeccionar la educación básica. Tenemos un sistema educativo que está desconectado de las necesidades económicas de nuestra sociedad, porque tenemos carreras universitarias demasiado largas, porque hemos priorizado aumentar la oferta universitaria por sobre la oferta terciaria, porque egresamos una cantidad hipertrofiada de abogados y contadores, que son solo demandados porque en Argentina hay demasiados juicios, demasiados trámites y demasiados impuestos; y porque tenemos harta cantidad de carreras para las cuales el único empleador posible es el Estado, de forma directa o indirecta, ejerciendo funciones que no debería ejercer.
Y lo más complicado de todo, porque el status quo en las instituciones de formación docente y profesorados es impugnar los preceptos básicos del sistema de cooperación social en el que vivimos, que es el capitalismo y la democracia liberal. Esto último es simplemente un suicidio colectivo. Cómo va a ser la norma de los secundarios y universidades del país inculcar que el capitalismo es malo. El fin primero del sistema educativo tiene que ser integrar a los estudiantes a la sociedad conforme a sus normas. Con el analfabetismo nos hicimos los despistados durante décadas y aquí estamos hoy en una situación incompatible con la tradición educativa de nuestro país, que fue el primero en terminar con el analfabetismo en el mundo. Con los demás problemas del sistema educativo no nos podemos hacer los despistados. Los tenemos que abordar antes de que sea demasiado tarde. Por eso les hablo hoy aquí de virar a una educación útil y moderna. Útil para los jóvenes, para que cuenten con las herramientas para insertarse y desarrollarse en el mercado laboral y en la sociedad en general. Y por eso insisto a la dirigencia política y a la sociedad civil a concentrarnos en reconstruir la base del edificio educativo y de la formación humana de los argentinos, que es la escuela. Porque no hay edificio que perdure si sus cimientos están vencidos.
Quinto: reforma tributaria. Firmamos aquí también el compromiso de llevar adelante una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva, simplifique la vida de los argentinos y promueva el comercio. Nuestro sistema impositivo es asfixiante, laberíntico e inestable. Argentina tiene que dejar de ser un infierno fiscal para quienes trabajan, se esfuerzan e invierten. Nuestro país tiene una carga impositiva explícita que supera el 30% del PBI. En los últimos 15 años, creció de manera sostenida y, no por mera coincidencia, en este mismo periodo fuimos el país que menos creció en Latinoamérica. Para revertir esto, la reducción del peso del Estado en la economía tiene que venir acompañada de una merma significativa de la carga impositiva. El problema de este de este sistema no termina acá. Además de su peso, está su complejidad de que hoy los argentinos están sometidos a más de 150 tributos, entre nacionales, provinciales y municipales. Este es un costo escondido que absorben las empresas e individuos. Además de reducir la carga impositiva, tenemos que simplificarla. Para esto es necesario el compromiso de los gobiernos provinciales y municipales. Los argentinos merecen ser libres, merecen dedicar su tiempo y recursos a desplegar toda su creatividad y talento a crear riqueza; no a llenar formularios y pagar decenas de impuestos incomprensibles.
Por último, es central lograr un sistema impositivo estable. Una economía capitalista se basa en la posibilidad de poder hacer cálculo económico, que los agentes económicos puedan inferir cuáles van a ser sus ingresos y gastos en el futuro. En Argentina esto se ha vuelto imposible, no solo por la inflación, sino que por la voracidad fiscal de la política constantemente se han creado impuestos para cubrir gastos innecesarios. Muchos de estos, como el impuesto al cheque o Bienes Personales eran transitorios, pero ya llevan más de dos décadas esquilmando el bolsillo de quienes lo pagan. Necesitamos el compromiso de todas las partes para lograr un sistema impositivo que no asfixie la actividad privada, que sea simple y que perdure en el tiempo.
Sexto: rediscusión de la coparticipación federal. También firmamos aquí el compromiso de rediscutir la coparticipación federal de impuestos, para terminar para siempre con el modelo extorsivo que padecen las provincias. Nuestro federalismo es fraudulento, castiga a quienes son fiscalmente responsables y productivos; y solo sirve para que desde Buenos Aires los políticos extorsionen a las provincias a cambio de favores políticos. Por un lado tenemos una coparticipación federal de impuestos que pervierte todos los incentivos a progresar. Bajo un supuesto principio solidario, les trae a las provincias que hacen los deberes con cuentas públicas ordenadas y economías productivas, para subsidiar a quienes viven de lo ajeno. Tenemos que incentivar a quienes apuestan por el desarrollo del sector privado en vez de castigarlo. Por el otro, se volvió una costumbre en las últimas décadas que desde Buenos Aires la política distribuya recursos discrecionalmente para beneficiar a sus aliados políticos. Nosotros cortamos de cuajo esta práctica, reduciendo estas transferencias a cero, pero necesitamos el compromiso de todos para que estas prácticas no vuelvan más.
Cada una de nuestras provincias tiene todo para progresar y valerse por sí misma en una economía libre de mercado y próspera. No necesitan de un federalismo fraudulento que solo le sirve a la política de Buenos Aires. Discutir la coparticipación parece a priori una tarea ciclópea, pero nunca hubo en la historia un Gobierno Nacional con mayor predisposición a devolverle a las provincias lo que es suyo que el nuestro. Tenemos que poder encontrar un camino de acuerdo en esta materia.
Séptimo: recursos naturales. El otro compromiso que firmamos hoy aquí, y para el cual vamos a necesitar la voluntad de las provincias, es el compromiso de explotar los recursos naturales que Dios nos ha dado. Dios bendijo a nuestra tierra con una riqueza enorme en recursos naturales. Nos dio la posibilidad de que en cada rincón de la patria los argentinos puedan crear riqueza y desarrollar sus vidas de manera digna. Pero los políticos han escuchado más la demanda de minorías ruidosas y organizaciones ambientalistas financiadas por millonarios extranjeros, que las necesidades de prosperar que tienen los argentinos. Nosotros venimos a cambiar eso, a dejar atrás la demagogia buenista que condena a la miseria a millones de argentinos para tener el beneplácito de unos pocos acomodados. La naturaleza debe servir al ser humano y a su bienestar; no a la inversa. Los problemas ambientales tienen que poner en el centro al individuo, por eso el principal problema ambiental que tenemos es la pobreza extrema. Y esto solo se soluciona si aprovechamos nuestros recursos. Llegamos al ridículo de compartir cordillera con Chile y no producir cobre, mientras ellos exportan más de 50,000 millones de dólares al año de este mineral; más del doble de lo que nosotros exportamos en soja. Llegamos también al ridículo de trabar la explotación de nuestros recursos marítimos, una de nuestras riquezas más abundantes, logrando únicamente que estos sean apropiados por potencias extranjeras. Tener el compromiso de explotar nuestros recursos naturales es tener un compromiso con la necesidad real de nuestro país, con terminar con la pobreza y con que haya oportunidades de crecimiento para todos los argentinos en cada rincón del país.
Reforma laboral. Por supuesto que nada de todo esto será posible sin avanzar en una reforma laboral moderna, que promueva el trabajo formal. Sobre este tema no puede haber dudas, el régimen laboral que impera en la Argentina desde hace 50 años es obsoleto y dañino. Para el mundo laboral que tenemos hoy, no hay lugar para seguir aferrándose a este modelo, cuando el mundo cambió y sobre todo cuando la Argentina cambió, y en la dirección equivocada; arrastrada hasta el fondo del mar por el ancla que es el sistema laboral vigente. Es un régimen con normativas vetustas, que hace casi imposible contratar a alguien formalmente. Por eso dos de cada diez personas en edad de trabajar tienen un empleo formal y hace 10 años que esta cifra prácticamente no se mueve. En paralelo, lo único que sí creció en la Argentina en los últimos 10 años fue el empleo público, que en los gobiernos provinciales creció un 35% del 2011 hasta acá. Hace décadas que venimos retrocediendo y la dirigencia política y sindical ha querido tapar el sol con las manos. Ha preferido dejar que se hunda la economía y que el mercado laboral formal desaparezca antes que habilitar la conversación para modificarlo. Debe entenderse que la legislación laboral actual se pensó para un país que había eliminado la pobreza y no tenía desempleo. Este país no existe más. Somos un país pobre, con la mayoría de la población trabajando en condiciones precarias. Necesitamos generar trabajo. Trabajo formal de calidad. Y para eso es indispensable generar riqueza.
Es hora de reconocer que meter el problema bajo la alfombra no lo hace desaparecer, solo lo empeora. Es hora de aceptar que lo mejor para un trabajador es un empresario y que para que haya más trabajadores y empleo de mejor calidad tiene que haber más empresas. Es hora de aceptar que tiene que ser rentable para las empresas contratar, no un acto solidario. Y es hora de aceptar que tiene que ser posible para las empresas despedir sin enfrentar un litigio infernal, porque con la legislación laboral que tenemos estamos perjudicando a las empresas, pero mucho más todavía a los trabajadores.
Noveno: reforma previsional. No podemos avanzar en una reforma laboral sin una profunda reforma del sistema previsional, que le dé sostenibilidad al sistema y garantice el respeto a quienes aportaron. El sistema previsional y de jubilaciones argentinos está quebrado y tiene un diseño de incentivos que lo hace insostenible e inmoral. A los factores demográficos como el envejecimiento poblacional, o que la esperanza de vida haya pasado de 64 a 76 años en cinco décadas, se le suma un sistema de jubilaciones absolutamente perverso. Por cada jubilado solo hay 1,8 trabajadores activos, cuando en realidad se necesitarían cuatro. Esto no es casualidad. Se debe a que tenemos una legislación laboral que incentiva la informalidad y un sistema previsional que le roba a quien aportó para dárselo a quien no. Esto quita cualquier incentivo a aportar al sistema. Necesitamos un sistema previsional que respete el aporte y ahorro de toda una vida. Pervierte la moral de un país que se valore de la misma manera a quien se esforzó, trabajó y aportó toda una vida, que a quién no lo hizo. Esto aplica tanto a lo previsional como a lo educativo, lo impositivo y lo federal. En Argentina los incentivos están dados vuelta: se premia al que no hace y se castiga el que hace; se beneficia el que no cumple, mientras se perjudica el que cumple. Esta lógica perversa que es transversal a todos los temas de la vida social debe terminarse.
Décimo: apertura y comercio global. Finalmente, y por último, firmamos aquí también el compromiso con la apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina sea protagonista del mercado global. Nuestra economía es la tercera más cerrada del planeta, solamente superada por la de Sudán y Etiopía. Esto es un coto al progreso y al bienestar de todos los argentinos. La política nos ha querido convencer, de manera demagógica, que cerrar la economía era proteger a los argentinos. Nunca se ha dicho algo tan falso como esto. Una economía cerrada solo sirve para proteger a unos pocos amigos del poder para que puedan vender productos más caros y de peor calidad a los 47 millones de argentinos. Una economía cerrada imposibilita que miles de empresas, emprendedores y profesionales argentinos puedan vender sus bienes y servicios al exterior. Esto bloquea la posibilidad de miles de puestos de trabajo bien pagos en nuestro país. A diferencia de los que han gobernado antes, nosotros confiamos en el potencial argentino para ser protagonista en el mercado mundial. Confiamos en que nuestros compatriotas tienen la capacidad y la creatividad para ofrecer bienes de gran calidad que pueden competir y conquistar los mejores mercados del mundo. El libre comercio, tan vilipendiado en Argentina las últimas décadas, es el motor del progreso del mundo. No hay ninguna posibilidad de crecimiento si no nos abrimos al comercio. La Argentina debe dejar de darle la espalda al mundo. Debemos ser protagonistas del comercio mundial en las próximas décadas. Tenemos todo para hacerlo.
Finalmente, estas 10 ideas que hemos desarrollado brevemente son los 10 pilares sobre los que vamos a reconstruir el edificio de nuestra nación. Pero estas 10 ideas no pueden quedarse en lo declamativo. No vinimos acá a construir relato, vinimos acá a construir una nación. Por ese motivo, hemos decidido crear el Consejo de Mayo, que tendrá la tarea de traducir cada uno de estos incisos a legislación efectiva que enviaremos al Congreso. Esperamos que, contando con el aval de todos los actores económicos de la Argentina, podamos materializar en reformas legislativas los principios aquí esbozados. Hace pocos meses, en la celebración del 25 de mayo, hablé de que la gran historia argentina está marcada por el paso de generaciones de patriotas. Son las generaciones de los que todos aprendimos en los libros de texto cuando éramos chicos: la generación de Mayo, que se rebeló contra el yugo de un régimen corrupto e inmoral que parasitaba la vida de los argentinos para tributar a la corona; la generación del 37, de Alberdi y Sarmiento, que pensó por primera vez el país y escribió las ideas y principios según los cuales se iba a desarrollar; la generación del 80, que tradujo esas ideas a un proyecto político de prosperidad e hizo de la Argentina una potencia admirada por el mundo entero. Todos hemos escuchado acerca de aquellos hombres que conforman el gran panteón de héroes de nuestra patria. Los recordamos como seres superiores, divinos, hechos de una arcilla distinta al resto de los mortales, pero en el fondo eran hombres de carne y hueso. Ellos tenían, como dicen las sagradas escrituras y como pidió el rey Salomón al Creador, sabiduría para distinguir el bien del mal, coraje para elegirlo y también la templanza para mantenerse en el camino aunque las circunstancias parecieran demasiado adversas en ese momento.
Y en estas cualidades vistas desde el lente del presente, parecen divinas porque son escasas, pero son humanas, son posibles y pueden ser encarnadas por cada uno de nosotros. Hoy, después de haber probado 100 años seguidos cuanto experimento hubo y después de haber tocado la profundidad del abismo como país, la gran mayoría de los argentinos tiene conciencia de que extraviarnos nos ha costado muy caro. Y cuando la sociedad reclama un cambio profundo y los tambores de la historia vuelven una vez más a redoblar, le toca nuevamente a hombres, no a seres divinos, sino a meros hombres y mujeres estar a la altura de lo que la historia demanda. Por eso, no solo tenemos la oportunidad histórica, sino también la obligación de acudir a ese llamado, la obligación de seguir el ejemplo moral y cívico de aquellos argentinos ilustres, la obligación de recoger juntos ese guante y de volver a ser una generación de patriotas, de animarnos a hacer lo que la historia demanda, inclusive si el costo de hacerlo fuera renunciar a nuestra reputación o intereses personales, y de volver a abrazar, por primera vez en 100 años, las ideas que abrazaron nuestros héroes de la patria, las ideas que transformaron un país de bárbaros en una potencia mundial en cuestión de pocas décadas, que son también las ideas que hicieron de Occidente la hazaña civilizatoria más imponente de la historia de la humanidad y que a mí me gusta llamar las ideas de la libertad.
Sé que para algunos parece una tarea imposible. Sé que muchos argentinos están cansados y sienten que hemos expendido demasiados esfuerzos al servicio de la nada en los últimos años, y que tratar de salir adelante en Argentina a veces se siente como cargar con la piedra de Sísifo. Pero les digo, sabemos que una Argentina distinta es imposible haciendo lo mismo de siempre, y no vamos a parar hasta cambiar de raíz los males que aquejan a nuestro país. Estamos seguros de que si lo hacemos juntos, tendremos éxito, porque ya lo hemos hecho en el pasado y lo podemos volver a hacer, porque no somos cualquier pueblo, somos la Argentina. Y porque la victoria en el campo de batalla no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo. ¡Viva la patria y viva la libertad, carajo! ¡Viva la libertad, carajo! ¡Viva la libertad, carajo! Muchas gracias a todos, gracias por tanta grandeza, gracias por este gesto patriótico. ¡Muchas gracias!